Tuesday, July 12, 2005

Melinda & Melinda

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Woody Allen siempre me ha parecido un director algo sobrevalorado. Ciertamente alguien muy dedicado a su oficio, pero menos eficiente de lo que uno suele pensar. Pensémoslo bien. Está lejos de los afanes intelectuales de un Godard, lejos de las astucias formales de un Hou Hsiao Hsien o Gus Van Sant, lejos de la espiritualidad de un Aleksander Sokurov, de la idiosincracia particular de un Kaurismaki o un Almodóvar. De hecho, buena parte de su obra es bastante derivativa (¿manierista?). Sweet & Lowdown es un reflejo de La Strada, September lo es de Sonata Otoñal, Husbands and Wives lo es de Escenas de la vida conyugal, Stardust Memories a 8 y 1/2, las mujeres intelectuales de sus películas se parecen tanto a las de la saga de Antoine Doinel, etc. Las referencias en Allen están siempre presentes, en sus mejores momentos con una cuota de visión personal, y en sus peores momentos con una cuota de reduccionismo, como sucede con Interiors que es una versión mediocre de cualquier película de Bergman.

En los últimos años, nos encontramos con un Allen algo ajetreado. Tal como lo declara la lúcida reseña del World Socialist Website, el director neoyorquino no ha ido a la par de su país. El mundo intelectual de filiación judía y liberal ha desaparecido. El neo conservadurismo y el libre mercado (cuando no la inmigración) han transformado la gran manzana, pero para Allen nada parece haber cambiado desde Annie Hall. A esto sumémosle una industria que parece no tener un lugar para alguien como Allen, ajeno a los grandes presupuestos, a los géneros, aunque sí ha cedido a las grandes estrellas. De hecho, muchos de los últimos filmes de Allen no funcionan porque tienen un reparto cuestionable. Demi Moore, Leonardo Di Caprio, Julia Roberts, Amanda Peet, Natalie Portman, Robin Williams, etc. desentonan en las películas del director. Los mejores momentos de los filmes Allen, tan apegados al diálogo punzante, tanto en drama como en comedia, se deben a buenos actores como Judy Davis, Mia Farrow, Dianne Wiest, Diane Keaton, etc. y no al uso de estrellas replicando por enésima vez sus desgastados gestos.

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Melinda & Melinda tiene un poco de esta herencia que el director viene arrastrando varios años ya. El comienzo es de lo más prometedor. Como en Flirt de Hal Hartley, se parte de un comienzo común que va a cambiar dependiendo de una circunstancia. En este caso, la historia de la mujer triste que irrumpe en la cena de una pareja es contado a partir de dos registros, la comedia y la tragedia (drama si se quiere).

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Las historias parten de manera diferenciada, pero luego se entremezclan con toda naturalidad. Allen siempre ha sido un buen guionista, capaz de crear estructuras complicadas de manera fluída, con unos personajes bien delineados y uno que otro chispazo de genialidad. Pero, desafortunadamente el filme tiende a desinflarse porque no alcanza el vuelo necesario, que lo saque de la cómoda medianía en la que se ubica. Y es que las historias que encarna notablemente Radha Mitchell tienen varios de los recursos más usados por Allen y sus imitadores (Edward Burns entre ellos), la crisis matrimonial por un marido poco exitoso, la mujer profesional que se engancha con un tipo rico por cuestiones profesionales, etc. Incluso, la historia que componen Will Ferrel y Amanda Peet es prácticamente la misma que tiene Allen en Crimes & Misdemeanors, salvo el final. Si los dos directores teatrales que abren el filme realmente existieran, diríamos que son bastante mediocres.

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El reparto es algo irregular. Rhada Mitchell está estupenda. Chlöe Sevigny y Brooke Smith están estupendas también en sus roles como amigas doble estándard de Melinda, e incluso, me atrevería a decir, van mejor que la misma Mitchell. En el reparto masculino Johnny Lee Miller cumple en su rol de marido fracasado, mientras que la mirada oligofrénica de Ferrel no desentona. Amanda Peet está fuera de caja en este papel. Es tan inexpresiva que su supuesto rol cómico no le da ni para un sit com de segunda. Papelón el que hace Vinessa Shaw como Stacey, pese a tratarse de un papel pequeño la actriz se encarga de arruinarlo.

Quizás pueda leerse esta película como un filme despedida, ante el hecho que Allen se ha ido a filmar a Inglaterra. Estos son los últimos vestigios de una New York que ya se fue. Aunque con los últimos lamentables hechos en Londres, queda la pregunta si es el mundo que conoció Allen es el que ya desapareció.

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